Hola Shei, ¿cómo estás?
Tu último mail me encantó. Y me dejó pensando muchísimo acerca de todo lo que naturalizamos viviendo en Argentina. Pero no te voy a mentir: tu experiencia en el kibbutz también me dejó rondando en la cabeza una idea que tengo hace años, que con ayuda de algunos amigxs comencé a desarmar: ¿”dejar la ciudad” es una posibilidad real y nueva que tenemos como olim/ot?
Te cuento de dónde viene mi mambo y por qué las comillas. Desde antes de 2020 leí una enorme cantidad de testimonios de gente haciendo lo que todx millennial alguna vez deseó hacer, darle cabida a esa vocecita en la mente que nos dice, “ya fue, dejo todo y me voy a vivir al campo”. En algunos casos es literal: una muy amiga se fue en 2019 a Chile a vivir en comunidad, otra amiga ya se había ido con su novio a Carmen de Patagones (el sur de la Provincia de Buenos Aires), en busca de una tranquilidad que en la ciudad no tenía. Todo eso fue antes del Covid y siguió. Hace dos meses, otra amiga se fue a Córdoba a una casita en el monte. En el medio, vi muchas (demasiadas) historias de Instagram de gente en el Sur mirando el lago durante sus reuniones por Zoom. Así que ahora cada tanto me pregunto si me estoy quedando en la ciudad por inercia… o por qué. Sé que es tu momento de buscar vivienda para cuando termines el Ulpán y por eso te doy un poco de background de las opciones posibles, mucho más allá de lo que yo misma conocía.
Empecemos por decir que Tel Aviv (o Jerusalem, en tu caso) no son la única opción de vida posible, como tampoco lo son Buenos Aires, Córdoba o Mendoza. Pero la vida por fuera de grandes centros urbanos acá queda muchísimo más cerca de todo. Es como irte sabiendo que estás a dos horitas y que podés volver cuando quieras. Sobre eso quise preguntarle a quienes lo experimentaron en primera persona.
Pablo fue mi moré en el preescolar en Natan Gesang (una escuela judía, en ese entonces de Balvanera). Me lo volví a encontrar porque me seguía en Twitter y empezó a leer nuestras cartas. Yo no podía creer que él era él. Pablo (que para mí siempre va a ser el moré Meir) tiene 49 años y me dijo que a esa edad “el kibbutz no te acepta como habitante permanente porque para poder darte una casa, comida y todo lo que ellos dan, necesitan gente joven que tenga los años suficientes para aportar de trabajo”. Como la conoce de cerca, me describió la vida ahí como muy sana y tranquila, aunque en cada kibbutz es diferente. Él trabaja en la lavandería en Hatzerim, uno situado muy cerca de Beer Sheva, al que le fue muy bien con una de sus fábricas, la que inventó el riego por goteo, Netafim. Gracias a esa venta que se hizo, los javrei-kibbutz, o sea los integrantes de la asamblea que toma decisiones, “están bien económicamente y hoy en día pueden brindar servicios de mucha calidad a la gente que vive acá”. Meir me recordó eso que en algún lugar de mi mente yo tenía, que era lo que nos contaban sobre Israel cuando éramos chicas: el idealismo socialista de sus fundadores, que a través de los años fue cambiando.
“Son sociedades pequeñas, pero ya no es el kibbutz que era todo agrícola y la gente solamente trabajaba ahí dentro. Las personas que vinieron a crear los kibbutzim tenían valores socialistas, más humanos, en búsqueda de vivir comunitariamente. Hoy el desafío es que están creciendo sus nietxs y tienen otros valores: quieren salir a la ciudad, consumir más, tener una vida más capitalista e individualista. Son momentos de crisis pero también de oportunidad”.
Le pregunté por qué hoy en día hay personas que siguen eligiendo esa vida. Me dijo que es una gran opción para cierta etapa: “Uno tiene mucho más tiempo: trabajás cerca de tu casa, al mediodía te podés ir y después volvés a trabajar. Estás cerca de tus chicos… para una familia con hijos es ideal, los criás en medio de la naturaleza. Yo lo recomiendo para ese momento de la vida”
Yair es israelí, tiene 35 años, ama Tel Aviv y este año se fue a vivir a un moshav, llamado Guivat Yeshayahu. Es amigo de mi novio, así que conozco su casa y a sus vecinxs/amigxs. Le pregunté si alguna vez había soñado con esto, si había tenido en su cabeza la idea de vivir fuera de las ciudades como proyecto futuro. Me dijo que, si bien estando en la naturaleza disfrutaba un montón y no era algo que había descartado absolutamente como posibilidad, “si me preguntabas antes del coronavirus te decía que ni loco me iba”. Lo decidieron con su novio, Shajar, que nació en ese entorno y lo veía como algo deseable. Lo que más me interesó fue que la movida la organizaron conjunta con un grupo de cuatro parejas, incluidos ellos dos, y otra amiga soltera, en un principio por un año. Le consulté sobre qué tenían en común estas personas y después de pensarlo, me dijo “que ningunx tiene al dinero ni a su carrera en el centro de su vida, prefieren una buena calidad de vida”. Estaban un día hablando durante la cuarentena y, de pronto era una joda y quedó. Se dieron cuenta de que varios pensaban lo mismo.
Sobre el transporte, la mayoría coincide en que tenés que tener auto para moverte y que el gasto en nafta es algo a considerar. En el caso de algunos kibbutzim, como el de Pablo, también hay coches del kibbutz que todxs pueden usar. “Lo que sostiene el kibbutz como tal es una cantidad de servicios interesantes, como la lavandería y el jadar haojel (comedor), más los coches y el transporte hacia las ciudades”, me explicaba. Esa es la diferencia con los moshavim, como en el que vive Yair. Ahí cada unx hace la suya, como en cualquier barrio cerrado de Zona Norte.
Para elegir dónde ir, lo que consideraron Yair y Shajar fue la ecuación entre distancia, precio y el tipo de espacio (más o menos urbano, más cerca o más lejos) porque cuanto más lejos te vas, la experiencia se hace más real. Ellos buscaron irse un lugar que sea verdaderamente verde, con senderos abiertos, con vistas a la montaña y otro clima. Le pregunté por el perfil de la gente y me dijo que muchxs ahí conservan el sentido de comunidad, al menos más que en Tel Aviv. Mi problema con todo el relato de “irse en grupo” era que sonaba a algo muy sólo para lxs que tienen pareja. Le pregunté si era así y me dijo “no me mudaría acá sólo, pero porque soy gay”, pero tiene amigas que sí son solteras y se mudaron con ellxs, por lo que no cree que sea un impedimento el no tener pareja para hacerlo, aunque reconoce que no son la mayoría de los casos.
Gabi fue otra amiga clave en mi investigación. Ella hizo aliá en medio de la pandemia y está hace un año viviendo en un kibbutz cerca del Kineret con su novio. ¡Enfrente de donde tuviste tu incidente de deshidratación! ¿Podés creer? De haber sabido te habría contactado al toque. Ella trabajó acá en Tel Aviv en un bar en la playa, pero en tiempos de cero turismo fue durísimo. Hizo tres meses de Ulpán por Zoom y, cuando se les terminaba el contrato de alquiler, quedarse en la ciudad ya no era un gran negocio. Entonces a él le dieron ganas de estudiar una carrera nueva en la Universidad de Tiberias, en el norte. Resulta que algunos kibutzim tienen convenios con ciertas universidades, como esa, para dar housing a lxs alumnxs a precios convenientes. Y el novio de Gabi le propuso que se fueran juntos. Si estás pensando en estudiar algo, dado que en Tel Aviv por el costo de vida es casi imposible, es una muy buena opción a considerar. Ella me dijo que estos espacios todos los precios bajan: en el supermercado pero también en el salario. “Necesito menos plata para vivir porque mi alquiler es mucho menor. Soy responsable de turnos en una pastelería, y si trabajás mucho podés ganar máximo 6000 shekels, que te alcanzan para todo lo que necesites”.
“Cuando llegué entendí la diferencia: vivís muy estresadx en la ciudad porque tenés que trabajar mucho, y eso es algo muy normal en Israel. Acá con un sueldo de mozo podés tener una linda casa, en un lugar chiquito y recóndito al que igual es re fácil llegar desde Tel Aviv”, me contó Gabi.
Le pregunté por el tema de los servicios de atención médica, porque me acordé de tu historia. Me dijo que justamente como no hay la variedad de opciones que tenés en la ciudad, no te conviene elegir Maccabi. “Yo tengo esa y tengo que viajar media hora en auto para Tiberias para atenderme, mientras que el resto de la gente se puede atender en el consultorio de adentro del kibbutz que es de Clalit”. Me contó que además, como ahí el sentido de comunidad está todavía vigente, pudo hacerse amigas israelíes - lo que en Tel Aviv no había podido- y ponerse definitivamente a hablar hebreo, porque no podés hablar en otro idioma. “Estoy obligada a juntarme con israelíes, no me queda otra. Recomiendo esto para lxs que recién llegan y quieren desarrollar su vida acá y conectar con la cultura y el idioma del país para poder entenderlo”. Lo del hebreo como única opción también me lo dijo Hernán, un olé jadash que no está en un kibbutz sino en una ciudad chica. Con su pareja eligieron Kfar Saba por la comunidad latina, por el precio de los alquileres y la distancia accesible con Raanana (ahí queda el Ulpán). Vive a 5´ de los locales y comercios, a 15´ del shopping y todas las distancias que hace son cortas. La ciudad no es ni gigante ni muy pequeñita, en número de habitantes y superficie es comparable con Ramos Mejía (según el censo 2010). Y tiene un montón de espacio verde. “Nos gusta mucho el lugar, es una vida un poco más comunitaria, vamos a las actividades que organiza la municipalidad y los chicos son amigos con los de su barrio y se manejan solos. Igual, se ve la diferencia con una ciudad grande. Nosotros vivíamos en Angel Gallardo y Corrientes y acá el movimiento es mucho menor”.
Si todavía no estás convencida, tenés formas de probar qué tal te llevás con esa vida: Pablo me contó que en algunos kibbutzim podés llegar como olé y hacer Ulpan Kibbutz, pensados para gente de entre 17 y 35 años. También que hay un programa que se llama Bait rishon bamoledet dirigido a familias jóvenes, aunque sin limitación de edad. Te permite alquilar una casa en un kibbutz y acceder a los servicios como si fueras un propietario (comedor y educación para niñes, si tuvieras). Lo podés probar por un año y eso no implica que tengas que trabajar sí o sí en el kibbutz. ¿Qué me decís? ¿Estás como para un cambio de vida?
De paso, no te olvides de contarme qué hacemos para festejar tus 30, así me organizo. ¡¡Te quiero!!
Abrazo, Vani