UNA NUEVA REALIDAD
Vanuchi, ¡LLEGUÉ!
Era la 1 de la mañana del 13 de julio. El vuelo saldría 22 horas más tarde. Ya había empezado a sentir la cuenta regresiva desde las 18h, pero este momento era “la última noche” (¿dramática, yo?). Por suerte pude dormir 5 horas lo cual es muchísimo para lo que meses atrás creía que iba a pasar esa noche: arrepentirme / no poder dormir / llorar un montón / tener miedos de esos que paralizan. Deseé un montón que los últimos momentos sean sin dramatismo. Nada de lo que creía que iba a pasar sucedió. Estaba tranquila.
Elegí almorzar en La Crespo como el último lugar para disfrutar con mi familia. Nada mal, ¿no?. Ya eran las 15h: se acercaba la hora, así que me senté a hacer mi práctica de respiración y meditación, porque tener la mente calma es una responsabilidad.
Mis tres valijas estaban al mango, sin embargo, lo único importante era el pasaporte y el certificado de judeidad. Ahí fue que todo esto cobró sentido: mi viaje de 2018 en el que estuve mucho tiempo sola en aeropuertos y los años de vaivenes de aliá. Llegamos a Ezeiza. Lo mejor de esta pandemia es que me obligó a despedirme rápido. Mi papá me saludó apurado porque uno de seguridad le indicaba que siga circulando con el auto. No llegué ni siquiera a llorar. Con mi mamá y mi hermana sí. Pero el llanto duró 30 segundos. Mi mamá me dijo que me cuide y yo le dije que se cuiden ellos. Y luego mi padre, siempre tan disimulado, empezó a tocar la bocina y a saludarme por la ventana, como si Racing hubiera ganado la libertadores.
Entré a la terminal. En una de las filas del check-in de Turkish me puse a hablar con un pibe que emigraba a Italia y cuando le conté que prácticamente lo único que había pagado era el PCR, estaba atónito. Es que claro, la alia es un derecho. Desde migraciones en adelante entré pisando todo con el pie derecho, por las dudas. Me senté con Dana. Preveíamos ser las únicas dos en un bloque de 3 hasta que cayó Fede, un pibe del campo que viajaba a Dinamarca por trabajo y resultó ser lo mejor del vuelo. Compartimos filosofía de vida, historias de amor y desamores. Fue un vuelo larguísimo: 17 horas. No caí en ningún momento que estaba cumpliendo un sueño. Yo seguía relajada, sin ninguna emoción en especial, hasta que mi panza se encargó de hacerme acordar que algo debía sucederme con semejante cambio. Fue hermoso contar con la ayuda de otros Olim, incluso de Fede, a quien queríamos adoptar.
Llegamos a Ben Gurion. No hubo rampa ni foto con el brujim habaim: los argentinos no podíamos pisar el aeropuerto porque veníamos, justamente, de Argentina. Nos mandaron a una sala donde nos hicieron el PCR, nos dieron la Teudat Ole, la primera cuota económica y otros documentos menos importantes hasta que llegó lo que me indicaba que me convertía en una +972 con chip israelí. Ese fue el momento más emocionante. Y por supuesto: nos esperaban con los primeros sandwiches de jalá a las 2:30am (sí, se ocuparon hasta de esto).
Emigrar puede tener las mismas dificultades en cualquier lugar del mundo, pero no hay país que haga tanto por (ciertos) inmigrantes como Israel. ¿Podés creer que nos pasó a buscar un bus y las valijas ya estaban todas bajadas? Me sentí en Taglit. Y además hay algo cultural que sucede solo acá:llegué y recibí más de 20 mensajes diciendo “bienvenida a casa” y ofreciendo su ayuda de gente que conocía y algunos otros que no. Con mucha irregularidad en el sueño te cuento que recién ayer tomé consciencia de donde estoy: que este mar que estoy viendo desde mi balcón de cuarentena es el mar de Tel Aviv, que este atardecer es el que todo el mundo saca fotos sin cansarse.
Creo que el avión no es una meta; es un gran punto de partida. La alia empieza ahora.
¡Ya quiero abrazarte y empezar el ulpan en Ierushalaim!
Shei